¿Como nos afectan en la adultez, las heridas vinculares de infancia?

Si hacemos el ejercicio de pensar en nosotros mismos siendo pequeños, en ese estado más vulnerable de nuestras historias de vida, que es la infancia, si te encuentras con ese niño o niña que fuiste, ¿qué harías?, ¿qué le dirías?, si retrocedes en el tiempo y te ves frente a frente con ese niño o niña, ¿qué emociones aparecen en ti?. Todos y todas tenemos recuerdos emotivos de nuestra niñez, ya sean recuerdos felices o recuerdos tristes, muchos de ellos se relacionan con los primeros vínculos que mantuvimos con nuestros padres, madres o cuidadores. Quizás siendo adultos, y para quienes tienen hijos o hijas, se han impuesto la consigna de no repetir ciertas situaciones por las que tuvieron que pasar cuando eran un niño o una niña, o simplemente las normalizaron y las repitieron sin cuestionarse.

Lo cierto es que el apego es el vínculo afectivo más primario, la cría humana nace en absoluto estado de desvalecimiento, y el apego garantiza su sobrevivencia, siendo las figuras primarias, padres, madres o sus sustitutos quienes influyen directamente en el desarrollo de la socialización de los niños y niñas, siendo decisorio el vínculo de apego en nuestras relaciones y desarrollo psico-afectivo futuro.

Lo que muchos desconocen es que, a media que vamos creciendo y al ser adultos, vamos adquiriendo formas de vincularnos y de responder a otros en relación vincular, formas que han sido de cierta manera y en términos simples moldeadas por nuestras primeras vinculaciones afectivas, como son las relaciones con nuestros progenitores o cuidadores.

En términos concretos, existen muchos tipos de apego, así como también trastornos del apego, no obstante, en esta ocasión mencionaré tres.

Apego seguro: este se caracteriza por la disponibilidad de la figura primaria, sea madre, padre o cuidador, respondiendo a las necesidades psicoafectivas del niño o niña a tiempo y de forma asertiva, se posiciona como una figura confiable, de apoyo, de seguridad y estabilidad, permite la exploración del niño de su entorno de forma fluida, y con la confianza de que la figura de apego estará ahí constante, estable, garantizándole cuidado y contención.

Apego inseguro/evitativo: la figura primaria de apego no responde a las necesidades emocionales del niño o niña, en algunos casos puede ser funcional en términos de satisfacer algunas necesidades básicas de alimento, vestuario, higiene o simplemente desatenderlas, así como también rechazar al niño o niña, cuando éste demanda afecto, atención, cuidado o contención emocional, no logrando el cuidador gestionar sus propias emociones para dar seguridad. De esta manera el infante, al requerir estar cerca de su figura primaria, aprende a desconectarse afectivamente de sus propias emociones, a fin de no ser rechazado, reprimiendo sus necesidades y sus demandas de afecto y atención, pudiendo mostrarse más “autónomos e independientes”, de sus cuidadores.

Apego inseguro/ansioso o ambivalente: la figura primaria de apego se caracteriza por inestabilidad, intermitencia, incertidumbre y poca predictibilidad de sus respuestas por parte del niño, pudiendo en un momento responder a las necesidades básicas y psicoemocionales del niño o niña de forma adecuada y en otros momentos no demostrar ninguna respuesta. De esta manera el niño no logra predecir la conducta de su figura de apego, el niño aprende que, si insiste en llamar su atención, el cuidador acudirá, teniendo que insistir recurrentemente y hacer llamados de atención, mostrándose con mayor demanda e intensidad afectiva hacia sus cuidadores.

 

En la adultez, al encontrarnos en pareja, nos encontramos con un nuevo lugar de vulnerabilidad, lo cual hace que reeditamos nuestros estilos de apego, enfrentándonos también con el de nuestra pareja, haciéndose presente estilos de afrontamientos pasados ante situaciones dónde el vínculo pareciera no responder a nuestras expectativas y necesidades afectivas, activando en nosotros mecanismos de defensa y reeditando heridas vinculares de nuestra infancia, en relación con nuestra pareja.

De esta manera un apersona con características de un apego ansioso ambivalente, podrá sentir e interpretar que su pareja se muestra distante, o se involucra menos en la relación afectiva, generándole angustia, temor al abandono y a la perdida del vínculo, lo cual llevará a intentos de estrechar el vinculo cada vez más, pudiendo generar el efecto contrario, alejando a la pareja y reforzando sus temores.

Mientras que alguien con apego evitativo, sentirá incomodidad, irritabilidad, nervios o molestia, si su pareja genera mayor proximidad, intimidad y/o compromiso, también puede sentir temores a confiar y respecto de depender emocionalmente de alguien, sintiéndose cómodo o cómoda en relaciones superficiales, ocasionales o pasajeras y rehuyendo mayores compromisos vinculares, sumado a dificultad para expresar y verbalizar sus emociones.

Una persona con apego seguro tiene facilidad para vincularse a sus parejas, para demostrar y expresar sus emociones, disfrutando la proximidad e intimidad, sin temores respecto a la dependencia el uno del otro o en cuanto a que lo puedan abandonar.

Finalmente, queda decir que es de gran importancia revisar nuestra historia vital y adoptar una visión comprensiva y consciente de nuestras heridas vinculares infantiles y las de nuestras parejas y como estas afectan nuestras relaciones presentes.

 

 

Rominna Toro Alcayaga

Psicóloga Clínica.

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